La botella de vino es un objeto tan cotidiano, con el que estamos tan familiarizados, que es casi imposible concebir que pudiese ser de otra manera distinta a como son.
Pero lo cierto es que, aunque las botellas de vino son, hasta el momento, el mejor recipiente para la óptima conservación, evolución y consumo del vino, no han existido siempre y no siempre han sido iguales. Las botellas, como el vino, pueden contar su propia historia: las primeras comenzaron a usarse para envasar el segundo en Italia, en el siglo XV.
En la medida en que su uso se fue extendiendo a otros países cada lugar o región fue dotándola de sus propias formas, medidas o colores… Debido a esto, las botellas pueden dar, por sí mismas, bastante información sobre el vino que contienen y, por ello, en las catas a ciegas se vierte el vino en un decantador antes de empezar. ¡La botella puede dar muchas pistas!
En el post de hoy os invitamos a tomar un poco de distancia y a acercaros a las botellas de vino desde un nuevo punto de vista para poder entenderlas un poco mejor.
Anatomía de una botella de vino:
Lo primero que vamos a hacer es fijarnos bien en la forma de una botella de vino. ¿Alguna vez te has detenido a observarla? ¿Sabes por qué las botellas tienen esa forma y no otra? Pues si no lo sabías ya, estás a punto de descubrirlo:
- Cabeza o pico. Es la parte superior de la botella. Si os fijáis bien, os daréis cuenta de que esta zona está reforzada y de que su contorno es un poco más grueso que el del resto del cuello. Esto es así para evitar que se rompa debido a la presión del corcho.
- Cuello. Al igual que ocurre en el cuerpo humano, en la botella el cuello es la parte que separa la cabeza de los hombros.
- Hombro. Es la parte en la que la botella comienza a ensancharse. Cuando el vino está en posición horizontal, el cuello cumple con la función de almacenar los sedimentos, evitando que más tarde lleguen a la copa.
- Cuerpo. El cuerpo es donde se almacena el vino y donde se estampa la etiqueta o vestido (tiene sentido, ¿verdad?). Generalmente tiene forma cilíndrica, aunque las hay achatadas o con formas más creativas.
- Pie o picada. Se trata del fondo de la botella donde existe una concavidad más o menos pronunciada. ¿Su función? Dotar de más estabilidad a la botella y facilitar el servicio del vino.
El tamaño:
El tamaño de una botella no sólo influye en su capacidad para almacenar más o menos vino sino que también tiene consecuencias en la evolución y conservación de este. Como norma general, el proceso se ralentiza en la medida en la que aumenta el tamaño del continente.
El tamaño estándar de una botella es de 750 ml. Esto es así desde los años 70, cuando esta estandarización se produjo en toda la Unión Europea, primero, y se extendió al resto del mundo, después, ya que la mayoría de países siguieron la estela de los grandes productores.
Pero que este sea el tamaño estandarizado no significa que sea el único.
Por debajo del tamaño estándar, encontraréis dos tamaños más pequeños:
- Piccolo o benjamín: 187,5 ml
- Media botella: 375 ml
Y, por encima, muchos más. Estos son los más populares:
- Magnum: 1,5 l
- Doble magnum: 3 l
- Jeroboam: 4,5 l
- Imperial: 6 l
- Salmanazar: 9 l
- Baltasar: 12 l
- Nabucodonosor: 15 l
Como os hemos dicho, ¡esto no se acaba aquí! En el mercado encontraréis formatos aún más grandes que estos.
Puede que os estéis preguntando si es mejor una botella más grande que una más pequeña o viceversa. Como guía, os podemos decir que las botellas más grandes son, en teoría, mejores para envejecer el vino ya que el nivel de oxigenación es menor. Por eso, muchos coleccionistas se decantan por formatos como el magnum o el doble magnum.
En contrapartida, los grandes formatos presentan otros inconvenientes, como la dificultad para la fabricación en serie o para encontrar tapones de corcho de calidad en tamaños mayores a precios competitivos.
El color:
También os habréis fijado en que algunas botellas de vino son transparentes y, en otras, el vidrio se encuentra coloreado.
La explicación también la encontramos mirando hacia atrás en la historia ya que lo que se buscaba al tintar el vidrio era protegerlo de la luz del sol. Para ello, se demostró que el verde era el color que mejor filtraba los rayos de la luz solar y por eso se popularizó su uso. En algunos lugares, el vidrio se tintaba en ámbar, en azul o en negro.
El uso de colores hoy no responde tanto a la necesidad de mantener los rayos de sol a raya, sino a convenciones y a cuestiones estéticas o de marketing. Mientras el vidrio transparente deja ver el atractivo color de los blancos y rosados, las botellas oscuras están relacionadas con la percepción de una mayor calidad de su contenido.
Apostamos a que ahora que ya sabéis mucho más sobre las importantes funciones de los compañeros inseparables del buen vino, las botellas y el corcho, los miraréis con otros ojos. ¿O nos equivocamos?