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¿Cómo afecta el cambio climático al vino?

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Vino y clima mantienen una relación íntima: del clima depende directamente el crecimiento y la madurez de la uva, su materia prima. Es por ello que, como bien podéis suponer, el vino no está siendo, ni mucho menos, ajeno al cambio climático y al calentamiento global.

Como ya sabéis, factores climatológicas como la temperatura o la cantidad de sol y de lluvia determinan el cómo y el cuándo de los trabajos en la viña así como la fecha de inicio de la vendimia. Si cualquiera de estas circunstancias varía, el ciclo al completo se altera.

La uva y la subida global de las temperaturas

El año pasado, en 2017, en los viñedos de La Rioja realizamos la vendimia más temprana de nuestra historia. ¿La causa? La complejidad de las condiciones climáticas que nos acompañaron durante la temporada, que incluyó una gran helada en abril y temperaturas muy altas durante el verano. De las mismas maneras, en otras zonas del país, la fecha de inicio de la vendimia también se adelantó considerablemente.

Fuera de la excepcionalidad de años como el de 2017, lo cierto es que mirando al calendario de las últimas décadas, se observa claramente una tendencia constante a anticipar la fecha de inicio de la vendimia con causa directa en el aumento de las temperaturas.

¿Y cómo afecta ese aumento de la temperatura a la uva? Pues, en principio, una temperatura más alta puede hacer que la uva no sólo madure antes sino que sea menos ácida y más dulce resultando, en consecuencia, vinos más alcohólicos. Pero, en contrapartida, la inestabilidad y la imprevisibilidad de la climatología (que se produzcan a lo largo del año, por ejemplo, grandes lluvias o largas sequías, olas de calor o fuertes heladas) puede dar al traste con cosechas al completo.

¿Un nuevo mapa del vino?

La previsión a 50 años vista es que la temperatura global media del planeta aumente entre 2 grados, en el mejor de los casos, y 5, en el peor, y ello repercutirá inevitablemente en el cultivo de los viñedos.

Se piensa que algunas cepas de variedades menos sensibles serán capaces de adaptarse a las nuevas condiciones y otras tendrán que buscar nuevos terrenos en los que crecer. Los viticultores, que tampoco son ajenos al cambio climático, trabajan desde hace años de manera preventiva y, cuando las temperaturas sigan aumentando, su labor será importantísima para ayudar a la vid a adaptarse al medio. Lo conseguirán en la medida en que puedan dar respuesta a las necesidades de la planta en cada momento del ciclo vegetativo, por ejemplo, asegurando el correcto aporte de agua, ajustando la densidad de cepas en la viña o mediante una poda selectiva o deshojado de cada planta.

Aún con todos los esfuerzos, las variedades que no puedan adaptarse tendrán que cultivarse en otros terrenos a altitudes más altas lo que, en realidad, ya está sucediendo: si hacemos caso a los datos, en España, según datos del Ministerio de Agricultura, en las últimas décadas se ha reducido la superficie de cultivo y ésta se ha desplazado sensiblemente hacia el norte.

Y no sólo se cultivará a más metros por encima del nivel del mar sino que las viñas buscarán otras latitudes y, probablemente, encontrarán acomodo donde hace un siglo sería impensable que prosperase un viñedo. Si todo esto sucede, el mapa tradicional del vino cambiará, y mucho. Las regiones vinícolas tradicionales como La Toscana, Burdeos o Napa Valley tendrían que experimentar con otras variedades o podrían perder su supremacía a favor de zonas con tan poca tradición vinícola como Gran Bretaña, Noruega, China o el norte de estados Unidos. Difícil de imaginar, ¿verdad?

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