Ya hemos hablado en este blog de cómo nuestros sentidos de la vista, olfato y gusto nos ayudan a disfrutar y a apreciar el vino. Pero la lista de sentidos no se acaba aquí. Y es que a la hora de disfrutar del vino, el tacto también está involucrado.
¿Qué información nos puede dar el tacto acerca del vino que tenemos entre manos? De eso, precisamente, hablaremos en el post de hoy.
La boca y el sentido del tacto
La primera aclaración que debemos hacer es que vamos a hablar de las sensaciones que el tacto percibe dentro de la boca. Si alguien estaba pensando en disfrutar del vino a través de la piel, debe saber que existe esa posibilidad a través de la vinoterapia: el vino se utiliza para la elaboración de cremas y mascarillas y es posible, incluso, beneficiarse de sus posibilidades antioxidantes sumergiéndose por completo en un baño de vino. Pero de eso hablaremos otro día…
Por el momento, volvamos a la boca. Es cuando el vino se encuentra en la boca cuando los sentidos del olfato, el gusto y el tacto se concentran por completo en él. Al beberlo, éste entra en contacto con nuestros labios, lengua, mejillas, encías y garganta produciendo a grandes rasgos dos tipos de sensaciones:
- Sensaciones táctiles
- Sensaciones térmicas
Veamos estos dos grupos de sensaciones con más detalle.
En el equipo de las sensaciones táctiles, podemos percibir algunas de las siguientes:
- Astringencia. Es una sensación como de sequedad o aspereza que puede dejar el vino al paso por la boca. Puede ser más o menos intensa e ir acompañada de un cierto sabor amargo. El vino le debe su astringencia a los polifenoles, sobre todo a los taninos. La astringencia moderada es agradable y ayuda a potenciar aromas y sabores pero si es demasiado agresiva pasa a ser molesta. Un vino poco astringente será un vino fluido.
- Ardor o calor. Lo que también se conoce como ‘temperatura táctil’ viene dada por la concentración de alcohol en el líquido. Como podéis adivinar, un vino con alta concentración alcohólica producirá mayor ardor en la boca que uno con poco alcohol.
- Densidad. La densidad nos ayuda a percibir el cuerpo de un vino a través del tacto. Al igual que la miel es menos densa en comparación con el agua, si comparáis distintos tipos de vino os será fácil distinguir sus densidades.
- La efervescencia o carbonicidad. Importante, sobre todo, en el caso de los vinos espumosos y se percibe en la punta de la lengua. Lo ideal es que esta efervescencia sea delicada y que se distingan burbujas pequeñas.
Cuando hablamos de sensaciones térmicas nos referimos a la percepción de la temperatura del vino en grados. El vino puede estar fresco (así se sirven normalmente los blancos) o a temperatura ambiente (la que le va mejor a los tintos). Ya sabéis lo importante que es servir cada vino a su temperatura precisa, de no hacerlo, el resto de sensaciones pueden quedar desvirtuadas.
Ahora que ya hemos hablado de la relación del vino con gusto, olfato, vista y oído, posiblemente os estaréis preguntando si el oído juega también un papel. ¡Pues claro! Es fundamental que el oído no interfiera en el trabajo del resto de los sentidos, por lo que se recomienda huir de ruidos excesivos para que nuestra atención sea máxima y la experiencia sea completa. Sólo así el oído se podrá concentrar en todos esos sonidos que acompañan al ritual del consumo del vino: el sonido del descorche, el del líquido al verterse, el de las copas al brindar…
Ahora que ya sabéis cuál es el papel que juega cada uno en la evaluación y el disfrute del vino y cómo procesar e interpretar toda la información que aportan, ya podéis decir que estáis preparados para disfrutar del vino ¡con los cinco sentidos!