La mejor manera de disfrutar de un buen vino es dedicando a ello los cinco sentidos. Vista, olfato, tacto, gusto e incluso oído son esenciales para desgranar las singularidades de cualquier referencia, toda una experiencia sensorial que te permitirá identificar todas las peculiaridades del vino.
Si has participado en alguna cata, probablemente no te descubriremos nada nuevo si hablamos del postgusto pero, si todavía no lo has hecho, en el post de hoy te aclararemos a qué se refiere este tecnicismo propio del mundo del vino.
En la práctica, seguramente lo hayas identificado aunque no le supieses poner nombre en aquel momento: lo que se conoce como postgusto o retrogusto no es, ni más ni menos, que el conjunto de aromas y sensaciones que el vino deja en boca, garganta y fosas nasales una vez ingerido.
La degustación
El postgusto es, junto al gusto, el mecanismo que te permite identificar el sabor de un vino. Como norma general, podemos decir que forma parte de la tercera fase de cualquier cata, esto es, la gustativa y, dentro de la misma, sería el último paso, por detrás del ataque, evolución y final. Pero, ¿cómo llegamos hasta él?
Para empezar hay que aclarar que siempre debe realizarse de la misma manera, sobre todo, cuando se trata de analizar diferentes vinos en una misma cata. Cuestiones como la cantidad de vino a situar tanto en la copa como en la boca son importantes, lo mismo que los movimientos de este en la cavidad bucal: gracias a ellos se comienza a percibir e identificar sabores que, por norma general, aparecen de manera sucesiva (primero dulces, luego salados, ácidos y amargos) para desaparecer en orden inverso.
Y es ahí, justo cuando estos sabores comienzan a diluirse, cuando aparece lo que denominamos postgusto, el momento en el que se revelan las sensaciones aromáticas indirectas y pseudotáctiles.
Postgusto: consideraciones básicas
Aclarado el momento exacto en el que se revelará el postgusto de un vino, es importante saber que cualquier vino lo presenta, eso sí, no todos de forma intensa o duradera. De hecho, solemos referirnos a retrogustos largos, medios o cortos en función del tiempo en el que permanecen esas sensaciones una vez ingerido el caldo.
Esta consideración es interesante, sobre todo, a la hora de elegir una u otra referencia y es que no es lo mismo planear tomar varias copas que pensar en deleitarse con una sola. En este último caso, apostar por una referencia de retrogusto largo hará que la persistencia sea más pronunciada algo que, puestos a beber varias, puede tener como consecuencia que el vino en cuestión termine por resultarnos pesado.
El sabor en tres etapas
El gusto es una capacidad sensorial que tiene un peso incuestionable a la hora de identificar el postgusto y, sin embargo, no es el único sentido que te ayudará en la tarea. En realidad, el sabor es el resultado de lo percibido por el gusto pero también por el olfato y, además, también se reciben sensaciones táctiles en boca.
Dicho de otro modo, el sabor se percibe en tres etapas que podríamos definir como aromática, de sabor y, el tema que nos ocupa hoy, de postgusto. En la primera, nariz y lengua trabajan conjuntamente para trasladar una primera impresión mientras que, una vez en boca, la segunda apreciación se revela por vía retronasal. El postgusto completa la triada una vez ingerido el vino, mientras nariz, boca y garganta, permanecen saturadas de aromas y sabor residual.
Seguro que, aunque pueda sonarte a tecnicismo, has podido reconocer la mecánica y es que es la misma para conformar el sabor de cualquier bebida o alimento. ¡Y recuerda! Siempre puedes entrenar a tus sentidos para disfrutar más y mejor del vino…