Hoy vamos con una temática que es acreedora de cierta antipatía por aquella gente que ve algo de esnobismo entre los winelovers, y no es otra que el tipo de copa para cada vino.
Reconociendo que se puede sofisticar hasta casi la extenuación, existiendo un tipo de copa para cada variedad importante de uva. Nosotros vamos a reducirlo un poco asignando una copa por cada tipo de vino: blanco, tinto, rosado, espumoso, generoso y dulce.
Y es que os garantizamos que el sabor de un vino sí que varía bastante de unas copas a otras. Tanto por formas como por calidades. Muchas veces es tan importante el continente como el contenido.
Antes de empezar con los tipos vamos a ir con las marcas, y es que en lo primero que os debéis fijar es que en la base de la copa esté tenue, pero visiblemente, grabado el nombre del fabricante de la copa. La mayoría de fabricantes importantes de este tipo de copas provienen de Austria, Alemania o Francia e, insistimos, pueden ser de otros países, pero si no veis ningún distintivo en la mencionada base de la copa… desconfiad del nivel del cristal.
Por supuesto tienen, SIEMPRE, que ser transparentes, nada de vidrios tintados o con filigranas y lo más finas posible.
En cuanto a materiales, todas estas marcas suelen tener una gama top a base de vidrio con plomo. El plomo en el cristal hace que sea más brillante y resistente (pudiendo reducirse el grosor de la misma y hacerla más ligera). Se puede subir de nivel si son sopladas a mano, aunque esto sí que es puro romanticismo ya que no tiene incidencia en el sabor del vino.
Para que os hagáis una idea: una línea básica de un fabricante de prestigio estará en unos 6 euros la unidad, mientras que las gamas altas pueden llegar a los 60 euros.
Dicho esto, es muy importante su mantenimiento en cuanto al lavado. La mayoría de marcas, aunque lo soportan, eluden recomendar el lavavajillas por peligro de rayado o de contaminación de la copa con detergente. Lo ideal es lavarlas a mano con un jabón neutro, aclarado abundante, dejarla escurrir y secarla con un paño.
Y, dentro de lo posible, cuando vayamos a utilizarlas de nuevo volver a lavarlas para eliminar sustancias de polvo que se hayan acumulado en su guarda.
Otro aspecto a tener en cuenta es, a la hora de cogerla, nunca hacerlo de tal manera que la mano esté en contacto con la base esférica de la copa (tulipa/caliz), ya que nuestro calor corporal calentará el líquido. Por no hablar de lo antiestético que resulta.
La agarraremos bien del tallo o de la base. Eso es optativo. Sólo eso.
Seguimos con la copa en sí.
Lo más adecuado sería tener una para vinos blancos y rosados, otra para tintos jóvenes, una tercera para tintos de mayores pretensiones y edad, una cuarta para espumosos y una quinta para generosos y dulces.
Dicho esto con tan solo dos tipos de copas se podría disfrutar de cualquier tipo de vino. Las elegidas serían la borgoñona (tallo largo y abombada), ideal para vinos muy aromáticos pero que necesitan de oxígeno para expresarse, y la bordelesa (semejante en cuanto a tallo pero más recta) conveniente para vinos más concentrados y explosivos.
Con este dúo ya os podríais atrever con cualquier vino, no es lo ideal pero este es un blog de vinos no de cristalería, y a ver si con tanto recipiente os quedáis sin dinero para una botella.
Aún así hay que señalar, para el público más curioso y pudiente, que las destinadas al vino blanco son parecidas a las bordelesas pero algo más pequeñas, ya que se supone que este tipo de vino necesita menos oxigenación y más concentración de aromas de ahí la variación del tamaño.
En cuanto al espumoso, es uno de los que tienen mayor liturgia relativa al recipiente donde beberlo. Felizmente ha caído casi en desuso, pero aún así no es del todo raro ver, sobre todo en algún largometraje del Hollywood clásico, un Champagne en copa “chata” o “María Antonieta”. Esto, directamente, no es de un consumidor serio.
Pero también tiene parte de error beberlo en copa de flauta, ya que esta clase de copas nos dejan poco margen a mover el liquido interior sin que se derrame o a introducir la nariz con la suficiente profundidad. Servirían para una reunión social de cierto estilo, pero no para una cata profesional. Lo ideal, no os sorprendáis, es también una copa muy parecida a la bordelesa, pero algo más estrecha en su obertura, menos recta, más en “rombo”. Esta sí es perfecta.
¡Ah! Y no temáis por mover un espumoso. Lo importante es que la burbuja se desate en el paso por boca, no en la copa. Más allá de lo hipnótico de su contemplación.
Si llegados a este punto aún estáis ahí, también hay que decir que, más allá del folclore, también resulta muy poco útil el catavinos a la hora de probar un Jerez u otros generosos y dulces (Porto, Sauternes, Recioto della Valpolicella… etc) siendo mucho mejor la copa descrita para espumosos o directamente, aquí tal cual, la sempiterna copa Burdeos.
Por lo tanto, y ya resumiendo para ser de utilidad, la copa bordelesa es la más versátil y sirve para casi cualquier vino aunque sería bueno complementarla con una borgoñona (para vinos con más años, por ejemplo). Ahora solo nos queda definir algo que a muchos os preocupa: ¿hasta dónde hemos de servir la coma? Pues la respuesta es simple: hasta el ecuador del caliz.
Así es que con seis copas de cada una de estas regiones francesas ya no tenéis excusa para afrontar cualquier líquido proveniente de la fermentación de la uva.
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