Desde la poda hasta la vendimia, el trabajo y experiencia del viticultor está presente en todo momento de la temporada.
El oficio de viticultor es clave en la vida de un vino, ya que es el encargado de escuchar e interpretar las señales de la viña, sus manos son responsables de dar forma a las vides, sus dedos se hunden en la tierra, siempre preparado para anticiparse a las inclemencias del caprichoso clima y es quien decide, en último término, cuál es la siguiente fase del proceso y cuándo debe iniciarse. Todo esto y mucho más es lo que aporta una personalidad y calidad al vino resultante que podremos degustar en cada trago de nuestra copa.
El frío invierno es el punto de partida de esta maravillosa aventura: se trata de la poda, momento en el que el viticultor se deshace del sarmiento, lo que le permitirá conocer la producción que tendrá cada cepa y controlar así su crecimiento y rendimiento.
Unos meses después, las manos de nuestro viticultor se funden con la tierra en la primera cava. Es ahora cuando nuestro experto labra y airea la tierra. Este proceso permitirá que las raíces se fortalezcan y se repetirá en numerosas ocasiones hasta el día de la vendimia.
Si estamos hablando de abril, es muy probable que, rodeado de los primeros brotes, nuestro viticultor esté plantando vides nuevas o realice injertos en el resto. Todo un ejercicio de perfecto entendimiento entre viticultor y planta.
Con la llegada del buen tiempo nuestro viticultor aprovecha la primavera y verano para espergurar, limpiando toda la vid de esos tallos y vestigios del año anterior, memorias de una cosecha ya realizada, para que sean los nuevos sarmientos los que reciban toda la savia necesaria.
En perfecta sintonía y con la mirada en el cielo y su caprichoso proceder, enólogo y viticultor tienen que decidir el momento de la vendimia. Ni pronto ni tarde. Es el punto culminante en el que de su elección dependerá que toda la temporada haya sido un éxito o un fracaso.